Mi abuelo Zacarías me crío desde que era un bebé, nunca me atreví a preguntarle que sucedió con mis padres, a estas alturas eso no tiene importancia. Hoy tengo 18 años, me llamo Zack, un diminutivo del nombre de mi abuelo, estoy en la universidad y la vida me va de maravilla.
Aunque no siempre fue así, cuando tenía 12 años mi abuelo enfermo gravemente y murió. Antes de su partida llegó a decirme: ¡»SÉ LIBRE»!
No entendía nada, ni siquiera sabía que mi abuelo se estaba muriendo, a decir verdad no sabía qué era la muerte.
Desde mis primeros años de vida el abuelo me ha mantenido oculto en la casa, no me permitía salir a la calle a jugar, me ponía tareas en el hogar, horas estrictas de levantarse a las 4:00 am todos los días, llevaba horas haciendo los quehaceres del hogar, tenía que cumplir todos sus mandatos al pie de la letra.
Aunque siempre había tiempo para el aprendizaje escolar, mi maestro era mi propio abuelo.
Mi rutina diaria siempre fue asi, tanto que según pasaban los años me fui acostumbrado, pero a la vez odiando a mi abuelo. Quería entender el por qué, un niño como yo debería disfrutar de la vida, su niñez, pero no, ni siquiera podía abrir la ventana.
Una noche mientras dormía, escuché el llanto de mi abuelo, era la primera vez que lo veía llorar, no pregunté nada, me cubrí la cabeza y llore en silencio, brotó lágrimas de mis ojos de pena y dolor. Por primera vez pude sentir el dolor interno, sí, estaba descubriendo el dolor interno y externo. Aunque para ese entonces no lo sabía.
Tuve varios intentos de escapar de mi abuelo, ver el mundo con mis propios ojos, ver el más allá. Cumplir los 8 años me favoreció, podía ser más audaz; mientras mi abuelo se daba una siesta, cogí la llave del escondite, me dirigí a la puerta y la abrí sigilosamente, una vez afuera me sentía confundido e inseguro, pero también lleno de vida, podía ver a varios niños de mi edad saltando, manchandose la ropa y jugando con juguetes que eran desconocidos para mí. » He vivido 8 años sin disfrutar de esto, te odio abuelo», me decía. Lloré desconsoladamente, sentía ira, por lo que decidí no regresar más a la casa, me llené de coraje y me fui a la calle, mas me di cuenta de que estaba descubriendo la cólera y la valentía.
Llegó la noche, no tenía a donde ir, pedia que me den pan para comer a los transeúntes, no encontré ayuda de nadie. Dormí en la calle ese día, no me importaría el frío, era mejor que estar encerrado en aquel lugar.
Después de un tiempo viviendo en la calle, decidí regresar donde mi abuelo, sabía que estaba cometiendo un grave error, pero ya no aguantaba más.
Me abrió la puerta, se sentó sin decir ni una sola palabra, después de pocos segundos hablo, dijo: -«Te estaba esperando»- me sirvió comida, agua y me ducho. En verdad eso no era lo que yo esperaba, esa pequeña acción me iluminó tanto que el corazón me latía de alegría; ese día descubrí el amor. Seguía con mi rutina diaria, como si nada hubiera pasado, aunque ahora con algunos cambios, mi abuelo sonreía más y la pasábamos bien juntos. Hasta que se enfermó y cayó en la cama, para entonces había cumplido los 12, no pude hacer nada, él murió a los 73 años.
He vivido descubriendo cada emoción que marcarían mi vida más adelante, esa frase antes de su partida me motivo a seguir formándome como persona, forjar mi propio destino, a pesar de mi corta edad estaba entendido por qué hizo lo que hizo mi abuelo, en efecto, tenía que hacer de mí una persona responsable, ya que entendía que no le quedaba mucho tiempo, sabía que si no me preparaba no sobrevivirá en el mundo de la inestabilidad.
Después de su partida comprendí que no vivimos para siempre, la muerte nos llega sin previo aviso. Aunque estar solo todavía me daba miedo y lloraba cada vez que lo recordaba, hoy me convertí en un hombre hecho y derecho.
¡Perdóname por odiarte abuelo!